28/6/12

Rincones de la memoria

Hoy he cobrado mi primer sueldo: 500 pesetas por una semana de trabajo. Aunque parezcan poco tres euros, si desglosamos mi actividad, cualificación y horas dedicadas, puede que no sea un sueldo tan minúsculo.
De lunes a viernes tenemos una jornada de entre once y doce horas diarias. El sábado, hasta medio día. Hoy, domingo, solo hemos dedicado, el compañero y yo, unas dos horas a visitar clientes con los que mi jefe tiene facturas pendientes de cobro. A la vuelta, tras entregar al jefe lo cobrado, nos ha pagado la semana. La tarde del sábado y la del domingo las hemos tenido libres.

Solo soy un aprendiz y, aunque ya voy teniendo edad de trabajar –tengo catorce años y algunos de mis amigos trabajan desde los doce–, aún no conozco el oficio. Es mi primer trabajo remunerado. He pasado del colegio al taller. No me quejo, tengo amigos que han pasado directamente a la zaranda o a la azada. Son trabajos mucho más duros, aunque mejor remunerados.
Somos la cantera que proporciona mano de obra barata al país. Hijos y nietos de trabajadores que casi no pisaron una escuela. La opción de continuar estudiando tras la EGB ni se contempla, solo las familias con recursos se lo pueden permitir.
Me pregunta si conozco la empresa, quiere asegurarse de que no tengo relación alguna con ellos. En el tono de sus palabras se adivina cierto resquemor. Cuando le confirmo que solo les conozco de oídas, explota:
–Me dio un apretón y a los dos minutos estaban tocando la puerta del retrete. El control era asfixiante, los gritos y malos modos lo habitual. Tuve que ir a hacerme un análisis y el mismo día me dieron el finiquito. Menos mal que me a vuelto a llamar mi anterior jefe, tiene faena para un año y ademas es lo mío, lo que sé hacer. He estado en el paro cuatro meses, me han parecido cuatro años.
De un tiempo a esta parte, una y otra vez me viene a la cabeza el recuerdo de mis primeros días de trabajo, de mi primer sueldo, de mi incorporación al mercado laboral cuando aún era un niño.
–Llevamos tres meses sin cobrar, las subvenciones de la junta no llegan. En educación también falta dinero. Yo no habría podido sacar mi carrera sin becas, sin el empeño que se ha puesto en los últimos tiempos por darnos una oportunidad a los que no tenemos posibles. Con los recortes no sé quien podrá estudiar a partir de ahora... –aguanta sus palabras, como si se mordiese la lengua para no decir algo inapropiado–. No quiero hablar... parece que no se puede hablar, enseguida te tachan de extremista, de sindicalista...
–En mi taxi sí se puede.
Hay rincones de la memoria que se activan con un olor, con un sonido, con un color. Una suerte de desván en el que rebusca nuestro subconsciente cuando recibe un estímulo determinado. Últimamente mi subconsciente mira demasiado en el rincón donde tenía olvidado aquel año en el que a España se le murió un dictador. Aquel año nos había reservado una llave inglesa, una zaranda, una azada... pero no tenía pupitres para nosotros.
Creo que mi subconsciente sabe demasiado.

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